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jueves, 20 de febrero de 2014

El gigante pescador

Esta es la leyenda de un ser mitológico muy especial conocido por algunos como "el gigante pescador". Hay quien afirma que su existencia no es más que una burda mentira o un cuento para atemorizar a niños traviesos, pero yo os aseguro que es muy real, ya que he sido testigo directo de algo que hasta ahora nunca antes había contado.

Todo empezó allá por el siglo pasado, cuando vivíamos en un reino de abundancia y prosperidad sin parangón, repleto de lujos y carente de cualquier tipo de adversidad. Era una tarde soleada de mayo. Yo me encontraba tumbado en la hamaca del jardín, a la sombra de un árbol sabio y repasando mentalmente todos las cosas buenas que me depararía el futuro. A lo lejos se oía el rumor del río, de mi río, ese que conocía como la palma de la mano y que tantas veces había frecuentado en busca de truchas, reos y salmones. No recuerdo en qué momento me quedé dormido, pero sí que un sueño perturbador me despertó súbitamente. Había tenido una pesadilla muy extraña, donde un gigante enorme gritaba y saltaba a orillas de un mar bravo cada vez que conseguía arrebatar de las profundidades un pez de dimensiones sobrenaturales. Pero tal vez todo había sido consecuencia de haber bebido un poco más de sidra de la cuenta en la comida. No le di mucha importancia.

Unos años más tarde, en la sobremesa de la taberna de los domingos, una invitación cayó sobre mí como un regalo en el regazo de un niño. Mi amigo Miguel, colega de travesuras desde la infancia, me había propuesto que lo acompañase a pescar, pero no al río como siempre antes habíamos hecho, sino al reino de las aguas infinitas, al gran azul. La intención era tentar al inmenso e impredecible Cantábrico.

Para terminar de convencerme, mi impetuoso compañero se pasó toda la tarde contándome historias y relatos valientes sobre escapadas que él mismo había realizado a este lugar desconocido para mí y de la abundancia de peces extraños que se había encontrado. Uno nombre en especial repetía incesantemente: sargos. Contaba hazañas fantásticas sobre estos peces y sobre las peleas que ofrecían al darse cuenta de que estaban siendo engañados por seres sin escamas provenientes del mundo de los secos. Todo me parecía fascinante y al final de la jornada no veía el momento de partir hacia nuevos heroicismos pesqueros con mi amigo.

Después de una espera nerviosa y de aprovisionarnos generosamente, por fin llegó el día en que debíamos partir hacia la llamada de la aventura. El camino que nos esperaba era largo, imprevisible y oscuro, pero la ilusión lo iluminaba como un faro en la inmensidad del mar. Juán, amigo de Miguel, también nos acompañaría en esta jornada.

Al llegar a la abrupta costa, un acantilado de rocas desnudas nos esperaba amenazante. Mis desacostumbradas piernas temblaban a cada paso dubitativo y mi sentido del equilibrio se esmeraba en esquivar posibles errores. Poco a poco fuimos descendiendo al encuentro de las olas y una vez llegados, los tres respiramos profundamente de alivio por estar sanos y salvos.

A estas alturas del viaje, el sol ya brillaba sobre nuestras cabezas penetrando con sus rayos en las aguas del océano y permitiéndonos ver en las profundidades unos reflejos intermitentes. Son sargos!!! gritó Miguel. Y al decir esto, me pareció ver como si su cuerpo hubiese crecido al menos una cuarta. Debo de estar confuso por el descenso, pensé sacudiendo la cabeza incrédulo.

Pero después de preparar todo y empezar a pescar, otro grito de Miguel sobrevoló el pedrero. Tengo uno!!! Y al mirarle, pude observar de nuevo como una vez más aumentaba de tamaño. Pero qué estaba pasando aquí?? Juan y yo intercambiábamos miradas de asombro y no dábamos crédito de lo que teníamos ante nosotros. Con cada vuelta de manivela del carrete, con cada sonrisa, con cada embestida del sargo, nuestro amigo crecía y crecía. Aquello tenía que ser consecuencia de algún hechizo maléfico.

Lo curioso de este relato, es que a Miguel no parecía sorprenderle y continuaba sacando pescado de las aguas con una habilidad hasta entonces nunca vista por mis asombrados ojos. No había duda, esa forma de disfrutar, esa maestría, esa concentración, esa sabiduría, ese temple, ese conocimiento, estaba haciendo que nuestro amigo se convirtiese en todo un gigante ante nuestras dilatadas pupilas.

Al final del día, el tamaño que había alcanzado era como poco descomunal, más alto que la cumbre de algunas montañas y la pescata conseguida tapaba las piedras de su alrededor. Con la llegada de los últimos rayos y al acercarse la hora de la retirada, no se cómo ni de qué manera, nuestro fascinante compañero volvió a su tamaño normal al recoger la caña. Mi boca no se cerraba, pero en cambio, una enorme sonrisa iluminaba su cara.

Prueba fotográfica de la existencia del
Gigante Pescador


Desde ese día soy sabedor de un poderoso secreto. Y es que entre nosotros habitan seres asombrosos llenos de magia y misterios, disfrazados de personas normales, pero con un poder más allá de todo sentido común, que cuando hacen eso para lo que han sido creados o que les aporta enorme felicidad, su verdadera naturaleza aflora mostrando su genuina imagen. Si sabemos mirar con los ojos adecuados, podremos apreciar que estamos rodeados de semidioses, magos, titanes, sabios, gigantes y demás seres maravillosos.

Aquí con Miguel...un amigo...un gigante...


Un saludo y buena pesca.














miércoles, 5 de febrero de 2014

La paciencia es la virtud de los que estamos obligados a esperar

Cual bestia fiera marca una distancia que nunca debemos rebasar y que por otro lado nos atrae y fascina. Caprichosa para los que viven de ella. Impredecible para los que no. Si queremos degustar sus frutos, debemos estar preparados para soportar sus espinas. Así lo decidieron los dioses. Toca esperar. Son tiempos de resignación.

Violencia estremecedora que se convierte en instantáneas hermosas. También en accidentes y destrozos materiales. A veces quita lo que antes quiso dar. A veces da porque después quitará. No es más hermosa cuando se torna tranquila. Ni menos cuando ruge sin piedad. Es la misma. Es su naturaleza. Es la mar.


domingo, 2 de febrero de 2014

Aprendiendo de Lolin.

Hola amig@s:

Viendo que el tiempo no nos da tregua y que irremediablemente debemos quedarnos en casa castigados sin poder deleitarnos con el olor del salitre, hoy voy a tirar de archivo y recordar una de esas jornadas que guardo con cariño en mi memoria. Ahí va:

El despertador sonó muy temprano, pero al pararlo, el recuerdo de que ese sonido estridente iba seguido de una jornada de pesca, iluminó mi cara con una generosa e ilusionada sonrisa. Subí la persiana impaciente y pude observar como las estrellas centelleaban en un cielo claro. Es asombroso lo rápido que puedo prepararme cuando voy camino de hacer algo que tanto me gusta e ilusiona.

Tras unos 40 minutos de trayecto en coche, por fin atiné a ver las farolas del pueblo donde tenia pensado aparcar para comenzar el largo descenso hasta una nueva puesta que había oteado en jornadas anteriores. Se trataba de una zona peculiar que precisa de unas condiciones muy concretas, pero que si estas se dan, el aspecto que muestra es inmejorable.

La previsión no había fallado esta vez y después de 30 minutos de bajada, contemplé la buena pinta que tenía la mar a mis pies. Otra gran sonrisa.

Vista de la puesta al marchar


Después de estudiar las tres posibles posturas, me decanto por la situada más a la izquierda, saco el macizo de sardina, echo unas paletadas y comienzo a preparar la caña pacientemente. Bajo de línea de unos 2 m con un 0,21mm y gamba en el anzuelo. Espero atento a que pase la serie y lanzo. Tremenda picada!!! Al otro lado de la línea un sargo de los que hacen retorcerse a la caña. La boya se enterraba en las profundidades y corría de un sitio para otro a velocidad de vértigo. Treinta largos segundos de pelea y por fin atino a ver el hermoso ejemplar, lo arrimo con tiento al cantil y empiezo a izarlo lentamente. La caña dobla y dobla y... ya tengo uno en el caldero!!!

Ato un nuevo anzuelo, inserto otra gamba, tiro una nueva paletada de engodo y lanzo. Otra picada!!! Esto promete...

Despues de haber gastado nueve gambas ya tenía sus correspondientes nueve peces en el cubo. Pero con la décima no encontré homólogo, ni con las dos siguientes y eso, en este día, parecía una decepción. Miré de reojo la puesta de la derecha y me hizo sacar la boya del agua. Recorrí unos 20 metros y probé suerte en ese nuevo escenario. Dos cucharadas de sardina y... sargo fuera!!!

Hoy todo parecía tan fácil que un número se repetía en mi cabeza, 25, cuando tenga 25 me voy me decía. Sabía por experiencia que no me cabían más de esos en el caldero y que el congelador de casa ya estaba a tope, así que me puse esa meta entre ceja y ceja. Lo impresionante de esta jornada es que en menos de dos horas y media ya los tenía y que aún faltaban dos horas más para la pleamar. Rara vez se encuentra uno con tal frenesí entre estos espáridos.

Gran jornada: 25 sargos en menos de dos horas y media


Después de recoger todos los enseres, el ascenso fue especialmente costoso por aquellos empinados riscos. Cuando por fin llegué al punto de partida, el aliento me faltaba cual si hubiese coronado un 8000. Buscando descanso, me tomé unos minutos contemplando aquellas vistas que se mostraban orgullosas ante mí y partí de nuevo hacia el pueblo. Al llegar me crucé con un paisanin muy entrañable que me saludó afablemente y con el que terminé charlando de pesca mientras picábamos un poco de chorizo casero que sacó orgulloso de su despensa. Me contó que cuando él era guaje, su padre le obligaba a ir con él a pescar sargos y que eran jornadas muy pesadas, porque llegaban, macizaban generosamente con restos de sardina, lanzaban con las cañas de bambú a punta vara y sacaban peces del agua hasta que llenaban por completo un saco de cuerda de 50 kg. Impresionante.

Tras más de una hora y media de conversaciones y anécdotas, me despedí con un buen apretón de manos y con la promesa de que la próxima vez que volviese le picaría en casa para charlar otro rato. Le dejé 9 ó 10 sargos en el fregadero y me fui de vuelta para casa.

Para finalizar, no puedo despedirme sin compartir con vosotros una frase que mi nuevo amigo Lolin me dijo mirándome con esos ojos más vivos y azules que el mismísimo Cantábrico: "si ahora hubiese tantos sargos como hace 50 años, dentro de 50 años estaríamos igual que ahora, así que igual es mejor que no haya tantos, para que dentro de 50 años, tus nietos puedan seguir pescando sargos". Va por ti amigo.

Un saludo y buena pesca.